martes, 19 de enero de 2010
viernes, 8 de enero de 2010
jueves, 10 de diciembre de 2009
viernes, 4 de diciembre de 2009
Invitación al diálogo. Mi primer blog
Inicio hoy, mi primer "Blog". Para empezar, a falta de poder para contradecirla, debo aceptar la palabreja que lo describe. Compartir y discutir ideas, provocar debates o recrearlos es lo que quiero. Poco más y nada menos. Como en Botica, de todo un poco. Reflexiones de política, de Derecho, de historia, de economía, de viajes (reales o imaginarios), anécdotas, lecturas y mi percepción del mundo, del país, la ciudad y el vecindario.
Bienvenidos los glosadores, los seguidores, los amigos, los poetas, los descolocados, los colgados y los pasados de moda (los pasotas y los "snobs" no), los sabineros, los lectores, los internautas irreverentes, los bohemios, los apasionados y también los que no lo son.
Para no torturar el lenguaje en aras de la igualdad de género (en la que creo sinceramente), diré que "los" incluye a todas las mujeres y a todos nosotros. Otra fórmula posible sería "feminizar el lenguaje": el hombre sería la persona, el mundo sería la humanidad, el pueblo sería la población, el gobierno sería la administración pública o superior, el congreso y el parlamento serían la asamblea legislativa o parlamentaria, el poder judicial sería la administración de justicia, los derechos serían las libertades, los amigos serían las amistades, etc. A nosotros los hombres, nos importa poco que nos califiquen de personas, de gente, de humanidad, aunque parezcan femeninos. Tampoco nos importa que nos califiquen de machos (por contraposición a "hembras") y menos que nuestras señoras, tomen posesión de nosotros y nos presenten como "mi señor" o "mi hombre" (por contraposición a "mi señora", "mi mujer").
Otra opción alternativa, para no disgustar a nuestras amigas, sería permitir un lenguaje hermafrodita, esto es, proponer que las palabras tengan significado femenino o masculino, indistintamente: ya tenemos el mar y la mar, el nao y la nao, el seo y la seo. En inglés, por ejemplo, la mayoría de las palabras tienen disposición para atribuírselas a las féminas y a los de nuestro género. En castellano, muchos animales tienen doble condición: la cebra macho, la cebra hembra; la serpiente macho, la serpiente hembra; la girafa macho y la girafa hembra; el delfín macho y el delfín hembra; el tiburón macho y el tiburón hembra; el ratón macho y el ratón hembra. ¿Por qué, entonces, no les atribuimos naturaleza hermafrodita a las palabras más significativas? A las cosas que nos parecieran bellas, podríamos feminizarlas (como a la mar) y si nos ellas nos disgustaran, las podríamos "masculinizar". O al revés, si prefieren.
No menosprecio el impacto del lenguaje en los cambios sociales: la revolución francesa, por ejemplo, supuso un cambio de la lengua (empezando por la francesa), como nos recordaba la conferencia de ingreso en la Real Academia de la Lengua Española, quien fuera mi mentor y director de Doctorado, el Profesor Eduardo García de Enterría.
Pero, si el lenguaje es importante, más lo es el significado que le demos a las palabras. Mientras haya racistas, la palabra "negro" será peyorativa (cuando no los haya, blanco y negro serán únicamente colores); mientras no creamos en la igualdad de los "discapacitados", la palabra será peyorativa; mientras creamos que "macho" es un atributo positivo de los hombres y "hembra" un calificativo negativo, no podremos usar hembra como contrapartida de macho. Y más allá del debate de género, cabe preguntarse ¿por qué a las extremidades traseras de los mamíferos no les podemos llamar "piernas" y a las de los seres humanos no podemos llamarlas "patas"?.
Adrede, he iniciado una provocación irreverente. Provocación porque será rechazada por algunos/as. Irreverente, porque no se corresponde necesariamente con el lenguaje "políticamente correcto".
La idea, pues, no es ser políticamente correcto, sino sincero. Discutir de todo y con todos, pero sin denostar al que no piensa como nosotros, ni menospreciar a nuestro contertulio. Mucho menos, despreciar el conocimiento técnico y científico. Provocar, pero no insultar. Contradecir, pero dejar que nos contradigan. Proponer sin esperar el cadalzo ni el aplauso.
La democracia se corresponde con muchas definiciones y condiciones, pero una de ellas está fundada esencialmente en la idea de que la toma de decisiones corresponde a las mayorías (en un plazo razonable) con respeto para las minorías y para los derechos fundamentales de todas las personas. Las decisiones, pues, deben adoptarse transparentemente, después de un debate abierto de ideas y de propuestas.
Enfrentaremos siempre nuestras ideas con las contrarias, pero con respeto para ellas y asegurando la protección de los derechos fundamentales, tanto de los nuestros como, especialmente, de los que nos contradicen o nos disgustan.
Bienvenidos los glosadores, los seguidores, los amigos, los poetas, los descolocados, los colgados y los pasados de moda (los pasotas y los "snobs" no), los sabineros, los lectores, los internautas irreverentes, los bohemios, los apasionados y también los que no lo son.
Para no torturar el lenguaje en aras de la igualdad de género (en la que creo sinceramente), diré que "los" incluye a todas las mujeres y a todos nosotros. Otra fórmula posible sería "feminizar el lenguaje": el hombre sería la persona, el mundo sería la humanidad, el pueblo sería la población, el gobierno sería la administración pública o superior, el congreso y el parlamento serían la asamblea legislativa o parlamentaria, el poder judicial sería la administración de justicia, los derechos serían las libertades, los amigos serían las amistades, etc. A nosotros los hombres, nos importa poco que nos califiquen de personas, de gente, de humanidad, aunque parezcan femeninos. Tampoco nos importa que nos califiquen de machos (por contraposición a "hembras") y menos que nuestras señoras, tomen posesión de nosotros y nos presenten como "mi señor" o "mi hombre" (por contraposición a "mi señora", "mi mujer").
Otra opción alternativa, para no disgustar a nuestras amigas, sería permitir un lenguaje hermafrodita, esto es, proponer que las palabras tengan significado femenino o masculino, indistintamente: ya tenemos el mar y la mar, el nao y la nao, el seo y la seo. En inglés, por ejemplo, la mayoría de las palabras tienen disposición para atribuírselas a las féminas y a los de nuestro género. En castellano, muchos animales tienen doble condición: la cebra macho, la cebra hembra; la serpiente macho, la serpiente hembra; la girafa macho y la girafa hembra; el delfín macho y el delfín hembra; el tiburón macho y el tiburón hembra; el ratón macho y el ratón hembra. ¿Por qué, entonces, no les atribuimos naturaleza hermafrodita a las palabras más significativas? A las cosas que nos parecieran bellas, podríamos feminizarlas (como a la mar) y si nos ellas nos disgustaran, las podríamos "masculinizar". O al revés, si prefieren.
No menosprecio el impacto del lenguaje en los cambios sociales: la revolución francesa, por ejemplo, supuso un cambio de la lengua (empezando por la francesa), como nos recordaba la conferencia de ingreso en la Real Academia de la Lengua Española, quien fuera mi mentor y director de Doctorado, el Profesor Eduardo García de Enterría.
Pero, si el lenguaje es importante, más lo es el significado que le demos a las palabras. Mientras haya racistas, la palabra "negro" será peyorativa (cuando no los haya, blanco y negro serán únicamente colores); mientras no creamos en la igualdad de los "discapacitados", la palabra será peyorativa; mientras creamos que "macho" es un atributo positivo de los hombres y "hembra" un calificativo negativo, no podremos usar hembra como contrapartida de macho. Y más allá del debate de género, cabe preguntarse ¿por qué a las extremidades traseras de los mamíferos no les podemos llamar "piernas" y a las de los seres humanos no podemos llamarlas "patas"?.
Adrede, he iniciado una provocación irreverente. Provocación porque será rechazada por algunos/as. Irreverente, porque no se corresponde necesariamente con el lenguaje "políticamente correcto".
La idea, pues, no es ser políticamente correcto, sino sincero. Discutir de todo y con todos, pero sin denostar al que no piensa como nosotros, ni menospreciar a nuestro contertulio. Mucho menos, despreciar el conocimiento técnico y científico. Provocar, pero no insultar. Contradecir, pero dejar que nos contradigan. Proponer sin esperar el cadalzo ni el aplauso.
La democracia se corresponde con muchas definiciones y condiciones, pero una de ellas está fundada esencialmente en la idea de que la toma de decisiones corresponde a las mayorías (en un plazo razonable) con respeto para las minorías y para los derechos fundamentales de todas las personas. Las decisiones, pues, deben adoptarse transparentemente, después de un debate abierto de ideas y de propuestas.
Enfrentaremos siempre nuestras ideas con las contrarias, pero con respeto para ellas y asegurando la protección de los derechos fundamentales, tanto de los nuestros como, especialmente, de los que nos contradicen o nos disgustan.
viernes, 27 de noviembre de 2009
sábado, 21 de noviembre de 2009
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